Día 57
Viernes, 20 de enero del 2017
Capítulo 35
Tortazos
Centro Comercial, 13:45 h
Tortazos
Centro comercial, 13:45 h
–Mierda.
Celeste estaba muy enfadada.
Jane, entre otros temas, les había contado a ella y a Mario que Hubert era un extraterrestre y que estaba conchabado con Kimberly. Y Celeste y Mario habían permitido que esa tal Lynette se llevara a Fran a la base militar de la UIE.
En efecto, Celeste estaba muy enfadada, fundamentalmente, consigo misma.
–Mierda –repitió Celeste–. Pues algo tendremos que hacer, ¿no?
–Jane tiene un plan –dijo Rose.
–A ver de qué va.
–El general Stuart es el comandante de la base militar en la que está la UIE –dijo Jane–. Lo conozco desde hace muchos años. Es un hombre bastante antipático, pero justo. Y creo que puedo convencerlo para que nos eche una mano.
–¿Una mano para qué, señora Jane? Por lo que nos han contado, ese Hubert nos puede borrar la mente. Seguro que ya se la ha borrado a ese general. O peor, le ha dado instrucciones para que nos acribille en cuanto nos vea.
–Eso lo comprobaremos cuando hablemos con él.
Celeste miró a Yuri en busca de ayuda. Los muchachos siempre escuchaban su opinión cuando había discrepancias de algún tipo. Y ahora las había.
–Yuri, ¿tú qué dices?
–Hubert no ha lavado el cerebro del general.
–¿Por qué no?
–Lo controla, lo necesita. No lo ha anulado.
–Vale, pongamos que está de nuestra parte –admitió Celeste–. ¿Y qué?
–Stuart está al mando de cientos de soldados –dijo Jane.
–¿Y serán suficientes para vencer a la parejita esa?
–Espero que sí.
–Pues yo no me fío de él. Ni de nadie. Solo en nosotros mismos. ¿Y tú, Mario?
–Yo me fío de ti.
–Lo sé, Mario, y yo de ti, pero ¿estás pillando lo que hablamos?
–Sí.
–Estamos hablando de entrar a saco en la base esa de la UIE y rescatar a Fran.
–Ya lo sé.
–Y de liarnos a tortas con quien sea.
–Ya lo sé.
–Y esa gente, Hubert y Kimberly, son muy muy chungos.
–Ya lo sé.
–Mario.
–¿Sí?
–A lo mejor nos zurran a nosotros.
–Ya lo sé.
–¿Y?
–¿Y qué?
–Que si te vienes conmigo.
–Claro.
–¿Seguro?
–¿Va a llover?
La pregunta de Mario los dejó boquiabiertos, sobre todo a Jane, que no estaba acostumbrada a oír las clarividentes ideas de un chaval tan pequeño. Mario, a veces, iba un poco más allá que los demás.
–¡Lluvia, agua, claro que sí! –dijo Celeste–. Chaval, no te como a besos no sé por qué.
–Esperad un momento –dijo Rose.
Jane estaba totalmente desconcertada. Esa gente se sintonizaba con tan solo soltar unas frases. Rose consultó la previsión meteorológica en su teléfono móvil. Daban lluvias para por la tarde en la zona donde se ubicaba la base militar. Se trataba de una estimación, pero una estimación muy esperanzadora.
–Va a llover toda la tarde –dijo Rose, exagerando la previsión un poquito.
–Justo lo que yo necesito –dijo Celeste–. Perfecto, agua, de Kimberly me ocupo yo.
–Y yo –dijo Mario.
–Y de Hubert también.
–Y yo también.
–Pues los que vengan con nosotros que se ocupen de los demás.
–Necesitamos al general Stuart –dijo Jane.
–Pues para usted enterito –dijo Celeste–. La vida de Fran está en nuestras manos, en las de Mario y en las mías. Si le fallamos, que sea porque le fallamos nosotros, no porque metamos la pata por confiar en otra gente. Yo ya le fallé a mi padre y a mi hermana. Si vuelvo a fallar...
–Celeste –llamó Mario.
–Dime.
–No vamos a fallar.
–Claro que no, chaval.
–Vámonos ya, ¿no?
Yuri celebró internamente la propuesta de Celeste. Por eso apenas había intervenido, porque sabía que esa muchacha no se detendría ante nada. Y Mario menos aún.
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