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Jueves, 25 de mayo del 2006

Capítulo 25

New Parker Center, 18:10 h

–Este trabajo es una mierda.

Alton y Frank ya habían oído eso con anterioridad. En realidad, esa frase era la coletilla que utilizaba el capitán Glenn Stuart cuando los asuntos no se resolvían a su entera satisfacción. Le dejaron continuar sin comentar nada.

–Una mierda, sí. ¿Y sabéis por qué es una mierda?

–Venga, capitán, no es para tanto –dijo Frank.

–Sí que lo es. ¿Sabéis cuántos recursos he tenido que gastar para montar la operación del caso Hightower?

–Pero lo hemos pillado. Ya llevábamos mucho tiempo detrás de Colton.

–Lo que tenemos es a un reconocido ladrón al que solo podemos acusar de allanamiento de morada e intento de robo. Demasiados recursos para una sola detención.

–Bueno, sí –dijo Frank, cuyas ganas de consolar al amigo de su familia le había desatado la lengua–. Pero hemos desarticulado la banda de Colton Rowland.

–¿La banda? ¿Y dónde están los otros?

–Podemos detener a su hijo cuando queramos.

El combate_Digital_(W).jpg

–¿Con qué cargos, con qué pruebas, de qué le acusamos? Y a Rurik, ¿también lo podemos detener?

–No sabemos dónde está.

–¿Y a Gareth tampoco podemos detenerlo? –soltó el capitán–. ¡Ah, no!, tampoco podemos, que lo han asesinado frente a nuestras narices. Y a sus informantes, ¿detenemos a sus informantes? ¡Ah, no!, que tampoco sabemos quiénes son.

El falso buen humor del capitán no les hacía ninguna gracia a los dos detectives, pero, mientras Frank sentía la bronca como algo personal, Alton la disfrutaba en silencio.

–Entonces, Frank, dime qué mierda de banda tenemos.

–A Colton sí que...

–Basta, déjalo, cállate, no sigas –cortó Glenn ahora definitivamente. Luego, miró a Alton–. ¿Tú no dices nada?

–¿Serviría de algo para que te calmaras?

–¿Me ves nervioso?

–Un poco.

Alton no solía bromear. No obstante, conocía desde hacía muchos años al capitán Glenn Stuart y le gustaba provocarle en algunas ocasiones.

–Te envidio, de verdad que te envidio, Alton. Nunca has querido ascender en el departamento. Te gusta ser detective. Joder, a mí también me gustaba. ¿Te acuerdas de cuándo pateábamos juntos las calles?

–¿Cómo podría olvidarlo?

–Alton, siempre estás igual, siempre contestas con una pregunta.

–¿Qué quieres decir?

–Ya lo estás viendo.

Frank no dejaba de sorprenderse por la familiaridad con la que se trataban esos dos hombres. Él, a pesar de conocer a Glenn desde niño por la excelente relación de amistad entre sus familias, no se atrevía a llegar tan lejos cuando le llamaba al despacho. El capitán Stuart, un policía íntegro, capacitado y sagaz, había sido condecorado varias veces y no perdonaba errores a ninguno de los policías bajo su mando. Un verdadero ogro, temido y respetado a partes iguales.

–Alton, ¿tú qué opinas de todo esto? Sé breve.

–La información anónima era buena, la operación estaba bien planificada y hemos detenido al jefe de una banda de ladrones. Y hemos constatado de nuevo que la banda es muy lista.

–¿Algo más?

–Y que las obras de arte de los ricachones de Los Ángeles están más seguras después de la operación. No es la victoria que esperábamos, pero es una victoria. La publicidad por la detención es muy buena para esta división.

Glenn asintió imperceptiblemente y, tras golpear con un bolígrafo los informes de la mesa, dijo:

–Avanzad en el caso Hightower. Y rápido.

–En eso estamos –dijo Frank–. Sería buena idea poner a Burt bajo vigilancia. Es solo un muchacho, pero creo que no tiene un pelo de tonto. Ya lo hemos comprobado. Lo hemos traído aquí y no ha soltado prenda.

–Sí, una idea buenísima y carísima que solo nos haría perder el tiempo.

–Quizá Burt nos lleve hasta Rurik

–No, Frank, no va a llevarnos a ningún lado. Pero, si me traes algo que pueda presentar al fiscal, pagaré yo la vigilancia de mi bolsillo.

–De acuerdo.

El capitán Stuart tensó los músculos de la cara y se masajeó las mejillas. Luego, preguntó:

–¿Alguna novedad sobre el caso Leeson?

–Tenemos algunas ideas.

–¿¡Ideas!? Ideas no, Frank, indicios y pruebas. Dime, ¿tenemos alguna prueba?

–No.

–Pues encontradlas. Y rápido, porque no tenemos mucho tiempo.

–¿Cuánto tenemos, capitán?

–Uno o dos días como máximo.

–Las encontraremos.

–Pues largaos ya.

Alton y Frank salieron del despacho y se dirigieron a la salita de descanso. Allí Frank recibió una llamada de teléfono. Mientras Alton servía el café, escuchó el nombre de una mujer por boca de Frank. En cuanto este colgó, Alton dijo:

–Te has dejado liar como un niño.

–No me he dejado liar, te lo aseguro. Y no me lo reproches más.

–¿Seguirás ayudándola con ese rollo de la novela?

–No.

–Haces bien.

–Linda ha llegado demasiado lejos –dijo Frank, removiendo la taza por el asa–. Y va a seguir husmeando, eso seguro.

–Hay que apartarla como sea.

–Lo sé, Alton, lo sé, pero no va a parar. Linda no se va a asustar porque la presionemos en una sala de interrogatorios y la amenacemos con acusarla de obstrucción a una investigación oficial. De hecho, no se ha asustado en absoluto.

–Creo que la tratamos demasiado bien.

–Porque sabemos que no está metida en nada. Además, solo hubiéramos conseguido que metiera las narices todavía más. O que cerrara la boca del todo.

–¿Te das cuenta de que podría sernos útil?

–¿Estás diciendo de veras que Linda podría sernos útil?

–Sí.

–¿Cómo?

–De cebo.

–No, Alton, eso no. Solo es una periodista.

–Es una chica dura.

–Lo parece, pero no lo es para esto.

–Pues párala –dijo Alton, y se llevó el café a los labios–. Tú te llevas muy bien con ella, ¿no? Pues aléjala de este embrollo. Como sea.

–Lo intentaré.

Bebieron varios sorbos en silencio. Hacía un par de horas que habían terminado su jornada laboral, pero seguían en la oficina. Alton observó al niño y dijo:

–Te gusta, ¿eh?

–Me tienes envidia.

–Un poco. Pero te gusta, ¿verdad?

–Para ya, Alton.

–Confiésalo, Frank. No te dé vergüenza, hombre. Confiésalo y te prometo que no volveré a sacar el tema.

Frank no quería reconocerlo, pero esa era una magnífica oportunidad para que su compañero le dejara en paz. Alton insistió:

–Tú y yo somos compañeros. Y los compañeros no tenemos secretos, nos lo contamos todo, nos jugaríamos la...

–Vale ya, hombre, vale ya.

–¿Vale qué?

–Que sí que me gusta.

–¿Y ella?

–¿Ella qué?

–Que si tú le gustas a ella.

–Y yo qué sé, Alton. ¿Es que hay alguna forma de saber eso?

–Yo sí lo sé.

–¿Y qué sabes?

–Que sí le gustas.

–¿Y por qué sabes que sí?

–Se nota.

–¿Y en qué se nota?

El niño se había ilusionado un poquito con los ánimos de su tutor.

–Oye, Frank, ¿has pensado que eso de la novela no es más que una patraña para que ella y tú...?

–¡Para, Alton, ya vale! Ya he confesado lo que querías, ¿no? Pues olvídate de este tema.

El rostro de Alton expresaba una mezcla de envidia, por la juventud de los enamoriscados, y de chanza, porque volvería a sacar el tema, a pesar de haber prometido lo contrario.

–¿Cuándo volverás a verla? –preguntó Alton.

–Ahora. Me ha invitado a tomar algo.

–Pues disfrútalo –y tiró a la pila el contenido de la taza–. Seguro que ese algo será mejor que este café de mierda.

–Nos vemos mañana.

Y Frank se marchó como si tuviera prisa.

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