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Día 13

Miércoles, 7 de diciembre del 2016

Capítulo 5

Habitación de Fran, 2:00 h

–Entra, Ángel, te estaba esperando.

–Hazme un hueco en la cama.

–Ponte aquí.

–Aparta lo pies, chavalín.

–Vale. ¿Y mamá?

–Ya se ha ido a dormir.

–Parecía cansada.

–Trabaja demasiado.

–¿Tú la ves bien? Porque yo la veo bastante rara últimamente.

–Pues claro que lo está, Fran. Mamá está rara, tus amigos están raros y yo estoy raro.

–Yuri no. Ese ruso es de piedra, no le afecta nada.

–Qué te crees tú eso. Disimula para que no te despistes, pero también lo está. ¿Y sabes quién es el más raro de todos?

–¿Yo?

–Sí, tú.

–Pues me siento genial.

–Me alegro.

–Pero mamá está muy rara.

–Porque es tu madre, chavalín. ¿O no sabes que las madres viven siempre preocupadas por sus hijos?

–Por ti no.

–¿Por mí no? ¿Tú cómo crees que se siente cuando estoy de misión? Ahí, en un avión, a diez mil metros de altura en un avión militar sobre territorio hostil.

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–Pues a mí nunca me dice nada de eso.

–Para que no te preocupes, Fran. Ella te ve como a un bebé.

–No lo soy.

–Para ella lo serás siempre, enano, que no te enteras. Vaya, qué mala suerte.

–¿Por qué dices eso?

–Porque el rayo podría haberte dado superinteligencia.

–A lo mejor sí me la ha dado y todavía no lo sabemos.

–Lo dudo. Por cómo no pillas las cosas, lo dudo mucho.

–No te creas, Ángel, que lo del gimnasio ha sido diferente. Yo no lo llamaría superinteligencia, pero mi cerebro funciona mejor que antes.

–Porque ya eres un hombretón de quince años.

–No te burles, Ángel.

–Vale, no me burlo. Venga, ¿qué tiene de diferente lo del gimnasio?

–Pues a ver si sé explicarlo.

–Inténtalo.

–Vale. Yuri estaba siempre con lo de la mente y el cuerpo, que la mente sea la que controle el cuerpo. ¿Tú qué opinas?

–Qué tiene razón. La gente normal camina y come y se lava los dientes y hace lo que tiene que hacer. Pero no lo piensa. Simplemente, nos sale. Lo hemos hecho tantas veces que no nos paramos a pensar en si tenemos que coger el cepillo y la pasta y apretarla y frotar los dientes. Todo eso vale para la gente normal, pero no para ti. Tú eres un bebé y tienes mucho que aprender.

–¿A lavarme los dientes?

–A conocer tus habilidades, graciosillo.

–Claro, mis habilidades.

–Fran, ¿alguna vez has visto documentales elefantes?

–Sí, claro, son animales muy inteligentes.

–Inteligentes y muy prudentes. Parece que ponen los pies en cualquier lugar, como si no les importara lo que pisan, pero no es así. Grandes son, pero de torpes nada.

–¿Me estás comparando con un elefante?

–Con un bebé elefante que acaba de entrar en una tienda de decoración llena de objetos de cristal.

–¿Una cristalería?

–Exacto, una cristalería, muy perspicaz, Fran. Pues bien, el elefantito no conoce el entorno ni los objetos, no sabe que se rompen fácilmente. ¿Y qué pasa entonces? Que está muy despistado. Y, en cuanto se mueve, adiós jarrones y lámparas y espejos y vajillas. O sea, un desastre. ¿Lo vas pillando?

–Je, je, un bebé elefante.

–Ya, ¿pero lo pillas o no?

–Que sí, hermano, que sí.

–Perfecto.

–Lo que digo es que mi cerebro también ha cambiado algo.

–¿En qué sentido?

–Más despierto, más tranquilo, más seguro. O eso creo.

–¿Y cómo has llegado a esa conclusión?

–Eso era lo que quería explicarte.

–Pues tira ya, Fran, que son las dos de la mañana. Algunos necesitamos descansar.

–Sí tienes sueño...

–Que tires, Fran, que tires.

–Vale. Esta noche en el gimnasio, con Yuri, la playa. ¿Te acuerdas?

–Nos lo has contado a mamá y a mí en cuanto has vuelto. O sea, hace un rato. Venga, algo que no sepa.

–Ten paciencia, Ángel, deja que me enrolle un poco.

–Rapidito.

–Pues eso, a la playa. No me costó ningún esfuerzo. Cuando Yuri me puso el ejercicio, creí que no iba a poder hacerlo bien. Pero no, me fui a la playa enseguida. ¡Buah, Ángel, como moló! Estaba allí de verdad, veía el sol y el mar y los árboles. Supermolón.

–Sigue, Fran, no te enrolles tanto.

–Vale. Me concentró como me dijo Yuri y... ¡toma ya! En la playa estoy. ¿No es eso una prueba del cambio en mi cerebro?

–Más bien, parece una prueba de concentración.

–Jo, Ángel, no me lo chafes.

–Es que no termino de verlo como tú.

–¿Sigo entonces?

–Sigue.

–Luego, lo del suelo. Lo hice tres veces mal; no conseguí acercarme a la línea. Creí que esto era más fácil que lo de irse a la playa, pero de eso nada. ¿Y sabes por qué no me salió bien?

–Creo que sí.

–Porque no hice caso a Yuri. Estaba concentrado en el gimnasio, en los límites del suelo.

–Y tenías que haberte ido primero a la playa.

–Exacto. ¿Y qué pasó cuando me fui a la playa? Que todo me salió de lujo. Dos horas, hermano, estuve dos horas dando vueltas, saltando, corriendo y moviéndome sin pisar las líneas. ¡Dos horas! ¿No te parece alucinante?

–Un poco.

–¿Solo un poco?... No, Ángel, eso no es normal.

–Tú ganas, un mucho.

–Y creo que me salió bien por mi cerebro, porque soy capaz de controlar mi cuerpo con mi cerebro. Parece que voy mejorando, ¿no?

–Sí, pero no te confíes. Ha sido solo un ejercicio, uno solo. Cuando lleves diez iguales, empezaremos a creer que sí eres capaz. Hasta entonces a lo mejor ha sido suerte.

–¿Tú crees que ha sido suerte?

–No, Fran, yo creo que puedes hacerlo mucho mejor. Y lo harás, seguro.

–Gracias por tu apoyo, hermano, pero no hace falta que me hagas la pelota.

–¿La pelota yo a ti, enano? Ni loco. Yo siempre te diré la verdad, aunque no te guste. Y los demás entrenadores también.

–Je, je, entrenadores.

–¿No te gusta el nombre que nos hemos puesto?

–Sí, mucho, pero suena un poco raro.

–Pues sí, como todo lo que está pasando.

–¡Ja, ja!

–Pero, Fran, hay algo que los otros entrenadores no harán. Y yo sí.

–¿El qué?

–Caña, caña al enano. Yo sí te la daré. Cuando te cueles, te voy a poner las pilas, así que intenta no colarte.

–¿Caña tú a mí?

–Sí, chavalín.

–Lo dudo.

–Escúchame bien, Fran. Sé humilde, no te pases nunca ni un pelo. Eres fuerte y rápido y todo lo súper que tú quieras, pero eso no te da derecho a ponerte chulito. Al contrario, cuanto más súper, más mini. ¿Lo has pillado, Fran, o tengo que darte más caña?

–Pillado a tope, hermano.

–Pues ya estás listo.

–¿Para qué?

–Para dormir. Mañana te toca con Eva y Zash, ¿no?

–Sí, al parque.

–Pues no te pases con el perro. Trátalo bien, juega con él, no lo machaques. Procura que sea tu amigo, porque vas a necesitar muchos. Cuantos más, mejor.

–De acuerdo, Ángel, esto también lo he pillado.

–Pues sí que tienes superinteligencia.

–¡Superinteligencia a tope!

–Venga, chavalín, a dormir. Mañana por la noche nos cuentas.

–Buenas noches, Ángel.

–Buenas noches, enano.

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