top of page

Lunes, 22 de abril del 2013

Capítulo 17

Casa de los Eastwood, Riverthree 19:30 h

La Casa de la Hamburguesa cerraba los lunes.

Susan pasaba esa única tarde libre a la semana con su hija, con la excusa de ayudarla con sus estudios. Realmente, Valeria no necesitaba ayuda ni control ninguno, pero Susan disfrutaba con la compañía de su única hija como excusa para ejercer las obligaciones de una madre.

Ross hubiera preferido jugar con ellas a los deberes, pero no quería inmiscuirse sin invitación. Por lo tanto, no le quedó más remedio que buscar entre la colección de compactos de Brad algo de música apropiada para finalizar la lectura de las últimas páginas del libro prestado por Valeria: una novela policíaca totalmente alejada de la realidad, pero curiosamente adictiva. Decidió que la próxima novela a leer sería una de las que se apiñaban en las estanterías del despacho de la planta de arriba y que, por el aspecto de la portada, debían pertenecer al género fantástico. Buen cambio, puesto que ese género valía todo. Así se divertiría en vez de irritarse ante cualquier ridícula situación detectivesca que leyera.

Regresa a Riverthree_(W).jpg

En cuanto se sentó en uno de los butacones del salón, escuchó un ruido de neumáticos. Se asomó a la ventana y fue a abrir la puerta.

–Hola, Jamie.

–Hola, Ross.

Jamie cruzó los brazos a la espera de una invitación.

–Perdona –se disculpó Ross, apartándose a un lado–. Pasa, por favor.

Jamie entró y Ross cerró la puerta.

El pantalón vaquero y la chaqueta vaquera presentaban varias tonalidades de azul, alternando partes nuevas con desgastadas y zonas arrugadas con lisas. Unos zapatos marrones de pico rectangular y una camisa beige con rayas verticales azules de diversos tamaños formaban una estampa digna de cualquier afamada pasarela. Un conjunto muy estiloso para un hombre que sabía lucirlo.

–¿Te puedo servir algo?

–¿Qué tienes?

–Té frío, la mezcla especial de Jake –contestó Ross–. Por fin he descubierto las medidas exactas. O eso creo.

–Acepto ese té.

–Siéntate donde quieras –dijo Ross, y se fue a la cocina.

Jamie lo siguió inmediatamente, y Ross no pudo evitar que lo ayudara. Entre los dos llevaron a la mesa del salón la jarra del té, el hielo, los servicios y unas galletas de miel y mermelada.

Jamie bebió un sorbo sin esperar a que el hielo lo enfriara.

–¿Te gusta más dulce? –preguntó Ross.

–A mí todo siempre me gusta más dulce, excepto este té. Está perfecto.

Posiblemente, porque era la mezcla de Jake.

La amistad entre Jamie y Jake se forjó durante los años del instituto en la época en la que Ross ya había abandonado el pueblo. Desde su regreso, Ross había coincidido con Jamie en un par de ocasiones y habían asentado una relación muy cordial.

–He hablado con Melinda –empezó Jamie–. No sabe nada y me ha dicho que tú tampoco. Yo entiendo que no quieras decirle nada a ella. Incluso entiendo que tengas instrucciones al respecto.

–Espera un momento, Jamie. ¿De qué estás hablando?

Jamie no apartó sus ojos de los de Ross cuando dijo:

–De Jake.

–De Jake –repitió Ross.

–Sí. De dónde está Jake. De cómo está. De cuándo volverá. De que quiero hablar con él.

Ross emitió un soplido extenso mientras se recostaba en la silla.

–Jake, ya sabes, es un soldado, puede estar en…

Jamie lo interrumpió levantando ambas manos.

–¿Sabes algo o no?

El tono de Jamie no se correspondía con su atuendo y no se parecía en nada al que utilizaba en su local al recibir a los clientes. Ahora era arisco y casi ofensivo. Los nervios le estaban haciendo perder la compostura. Ross se inclinó sobre la mesa.

–No sé dónde está ni cuándo volverá, e imagino que se encuentra bien. Las malas noticias siempre viajan rápido, y no he tenido ninguna desde que se marchó. Esto es lo único que sé.

Jamie alargó su brazo y cogió la mano izquierda de Ross.

–Necesito hablar con él.

–Te puedo dejar una dirección de correo electrónico.

–Esa dirección ya no existe.

Debían ser muy amigos. Se contaban con los dedos de una mano las personas que tenían el correo de Jake. No obstante, esa dirección ya no estaba activa.

–Tengo que hablar con él.

–¿Y qué quieres que haga yo?

–¡Joder, Ross! –y le soltó la mano–. ¿Es que tengo que decirte que es una cuestión de vida o muerte para que hagas algo?

Ross levantó una mano y la agitó delante de Jamie con el dedo índice y corazón hacia el techo. Jamie estaba sufriendo la tensión típica de una víctima de un delito.

–Calma, Jamie, cálmate. Venga, cuéntame qué sucede. Quizá yo pueda ayudarte.

–No como Jake –apuntó Jamie.

–¿Qué quieres decir?

Jamie se retrepó en la silla y cruzó las piernas, a pesar de la escasa movilidad que le permitían sus ajustados pantalones vaqueros.

–Yo conocí a sus amigos cuando lo de Jessica. Nos tomamos unas cervezas en mi local esa misma tarde. No tengo ni idea de a qué se dedican. Pero de lo que sí estoy convencido es que esos tipos son los que pueden ayudarme.

Ross no sabía que Jamie conociera a los amigos de Jake. Él mismo solo conocía a Calvin, uno de los que ayudaron durante el secuestro de Jessica, aunque sabía que habían participado otros.

–Hay mucha gente que puede ayudar. Incluso hay profesionales dedicados a ello. Policías, abogados, jueces… Dime qué sucede y seguro que encontramos a alguien.

Jamie compuso una mueca y negó con la cabeza. A los pocos segundos dijo:

–Andy y Gilliam.

Involuntariamente, a Ross se le tensaron los músculos de la espalda. Permaneció callado.

–Están en el hospital –continuó Jamie–. Les han dado una paliza.

Ross saltó de la silla y exclamó:

–¡Cielo santo!

Jamie se levantó despacio.

–¿Cómo se encuentran? –preguntó Ross.

–Están vivos.

Ross se acariciaba la frente. Jamie tenía el aspecto de una persona agotada por un gran esfuerzo físico.

–¿Entiendes ahora por qué tengo que contactar con Jake?

Ross recordó las escenas del despacho de Andy y la de la pelea, en San Francisco. No les había bastado: los sicarios nunca paraban hasta conseguir sus objetivos.

Jamie se levantó y se dirigió a la puerta de la calle. Mientras caminaba, hablaba con sus zapatos.

–Si puedes hacer algo, hazlo ya. Antes de que sea demasiado tarde.

Ross salió al porche. No volvió a entrar a la casa hasta que el vehículo de Jamie desapareció de su vista. Después recogió la mesa, se sirvió otro vaso de té y se sentó en el mismo butacón.

Tenía dos objetos en sus manos.

En la derecha, un libro.

Y en la izquierda, su teléfono móvil.

bottom of page